Hace unos días el mundo celebró el Día Mundial de los Museos. De museos hay de muchos tipos. Pero por mí los de verdad son los que guardan obras de arte. Quizás es una visión limitada, ahora que todo el mundo hace museos de todo, de campesinado y de juguetes, de confituras y de escarabajos. Pero a mí me gusta el arte. Y me gusta porque me increpa de una manera mucho más profunda que cualquier otra cosa. Una visita a un museo de arte es una sesión de contemplación, de reflexión, de placer y de crecimiento espiritual e intelectual. Por eso está bien que los museos sean lugares tranquilos, con pocos visitantes. Las masas distraen de cualquier reflexión profunda sobre el arte porque te decantan hacia reflexiones sobre la sociedad y el género humano. Pero para lo cual no hacen falta los museos. Hay bastante yendo a la playa.
Ya sé que mi opinión es antigua. Yo siempre he creído que un museo es un almacén donde se conserva, se estudia y se muestra aquello que me gusta decir “los restos del naufragio”. Es decir, todas las obras de arte que el paso desolador de la historia ha sacado de sus lugares de origen y el azar ha salvado de una manera u otra. Retablos y cuadros de iglesias y palacios, esculturas de altares, frontales, o bien, y también, pinturas de salones y saloncitos burgueses que se han quedado sin casa porque herederos poco piadosos las han vendido y así han pasado a dominio público y las conservamos para nuestro placer, nuestra educación, nuestra reflexión y como fundamento de la creación contemporánea y garantía de futuro. Hay que decir que estos almacenes que yo creo que son y tienen que ser los museos necesitan unas condiciones de habitabilidad extremamente confortables, temperatura y humedad afinadas, iluminación justa y conservadores sabios que cuiden las piezas para que el paso del tiempo no añada más desgaste que por razón de la caducidad de todo. Estas piezas cuidadosamente conservadas se tienen que poder ver y estudiar y contemplar y disfrutar. Esto tendrían que ser, por mí, los museos.
Pero ahora los museos se han convertido en parques temáticos. Objetivo de las masas de turistas que andaban por el mundo y que hacen enormes colas, horas y horas de colas, para entrar y poder hacerse una autofoto ante una obra famosa que ni siquiera se miran. El objetivo es poder decir que han sido. Y nada de contemplación, placer, reflexión, enriquecimiento espiritual e intelectual. El “todo por la audiencia” ha desvirtuado los museos y su uso. Y los museos, que se piensan que el éxito de sus instalaciones son las masas, hacen el que sea para atraerlas. No saben, o no quieren saber, que el éxito de un museo es un éxito oculto, el de la influencia sobre las generaciones futuras del país, y no unas cifras de visitantes que no aportan otra cosa que dinero. Los museos públicos no tendrían que querer ser rentables, en principio. De hecho, no lo pueden ser. Y no tendrían que buscar como primer objetivo el dinero ni la afluencia multitudinaria.
Tampoco estoy de acuerdo con una tendencia moderna de exposición de las obras de los museos. Es el que podríamos decir exposición-ensayo. La exposición de las obras de las colecciones permanentes no tiene que estar sujeta a ningún discurso. Creo que tiene que ser cuanto más neutra mejor. Es el visitante quién tiene que hacer sus interpretaciones. El museo simplemente tiene que mostrar las mejores obras de su colección en buenas condiciones de visión, iluminación y conservación y ahorrarse cualquier tipo de tentación didáctica y sobre todo ideológica. Ayudar ligeramente el visitante sí, pero hacerle leer textos excesivamente extensos no. Un museo es un conjunto de obras, no es un libro. Otra cosa son las exposiciones temporales, que, creo, es perfectamente legítimo que respondan a una voluntad de ensayo, interpretativa, didáctica e ideológica. Pero un museo, no. Un museo nunca tendría que caer en estas veleidades, ni que sea para atraer más gente.
Tampoco creo que los museos tengan que hacer una suplencia de las aulas escolares o universitarias. Está en la escuela y en la universidad donde se tiene que formar la gente, y los museos tienen que colaborar a esta formación, facilitando todo el que haga falta, pero no yendo por su cuenta. Ya sé que todo esto ahora no se trae. Ahora los museos son parques temáticos para atraer turistas y quieren ser universidades libres. Las masas dejan dinero y poca cosa más. A la suplencia universitaria le carece una cosa esencial, la disciplina. Los museos no tendrían que contribuir a esta guasa actual de rebajarlo todo. La de sólo buscar el éxito superficial e inútil.